Estamos en 1935, año en el que se publica la guía titulada “Ávila de los Caballeros” donde se divulgan las características históricas del Mercado Grande como señas de identidad de la ciudad, escrita por el Delegado Provincial de Bellas Artes y Académico correspondiente de San Fernando Antonio Veredas Rodríguez, quien se hace eco de acontecimientos ya conocidos. Insiste el autor en que la plaza del Mercado Grande fue escenario de numerosos episodios de la historia abulense, donde principalmente exteriorizó el pueblo sus penas y alegrías, en ella se honró la muerte del rey Enrique IV, se celebró la proclamación de los Reyes Católicos, se ajusticiaron los reos, se constituyó el Tribunal de la Inquisición, y desfiló don Diego de Bracamonte camino del cadalso.
Por la guía de Veredas sabemos que la fisonomía del Mercado Grande había cambiado repetidas veces: “Primero fue una gran plaza de armas, dependiente del Alcázar, donde las cuadrillas de caballeros justaban o quebraban cañas y alanceaban toros. Más tarde, con los edificios de la Alhóndiga y Carnicerías, Casa de Comedias (donde luciera su genio el gran Lope de Vega), tenderetes de sastres, latoneros, silleros, joyeros, panaderos, traperas, taberneras, mesones; etc., era el eje de la vida local, donde lo mismo se hacían las contrataciones de mercancías, que, de hombres para la guerra, al toque del pífano y el tambor”.
Veredas critica también la caprichosa restauración que hizo Repullés en la torre del Homenaje, y se detiene en el ya desaparecido edificio del Alcázar datado en el siglo XIV, que debió levantarse sobre los restos mudéjares de otra fortificación militar, y dice, como hicieron Cuadrado y Gómez Moreno, que “al Alcázar pertenecieron las torres llamadas del Baluarte y del Homenaje, mientras que detrás de la puerta llamada del Alcázar se extendía una gran plaza de armas”. Durante los siglos XVIII y XIX sirvió de cuartel, sabiéndose que en 1771 se alojó en él el primer regimiento de tropa ligera voluntaria de Cataluña, en 1828 el Real cuerpo de Zapadores, y en 1866 el Batallón de Almansa; mientras que en el primer cuarto del siglo XX los salones del Alcázar sirvieron como estudio de los pintores Chicharro y López Mezquita, y también de Zuloaga y Caprotti.
En la segunda mitad del siglo XX, la plaza del Mercado Grande, llamada de nuevo de Santa Teresa, fue objeto de diversas reformas, encaminadas todas ellas a su ordenación en función de las necesidades y gustos del momento. En este afán de cambiar la plaza, se realizaron las siguientes intervenciones: Adecuación del paseo junto a los soportales y eliminación de baches, según proyecto del arquitecto municipal Clemente Oria (1943); ordenación de la plaza para aparcamiento de coches en superficie y regulación del tráfico, según proyecto de Víctor Caballero Ungría (1964); dotación de grupo escultórico en honor de Santa Teresa, según proyecto de los arquitectos Diego Vega y José Manuel Vasallo Rubio, y el escultor Juan Luis Vasallo Parod (1973); recuperación de la plaza para esparcimiento y recreo manteniendo un viario para coches similar a su estado anterior a 1964, según proyecto de José Ignacio Paradinas Gómez (1984); y reordenación total de la plaza que se convierte en peatonal con aparcamiento y accesos subterráneos, según proyecto de Rafael Moneo (2001). En esta última reforma de Moneo también se han sustituido todas las edificaciones que se asomaban a la plaza por el norte, con lo que su nueva configuración supone un importante y atrevido cambio en la imagen tradicional de la plaza.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
(Foto: Obras en la Pza del Mercado Grande según proyecto de Víctor Caballero Ungría, 1965. Colec. Vitamine S.L.)