No obstante lo anterior, hay que esperar a que se termine la construcción de las Murallas iniciada en la segunda mitad del siglo XII, y las obras de la iglesia de San Pedro, junto al antiguo convento de Santa María la Antigua, así como las de la iglesia de la Magdalena, que se realizan en el mismo periodo, para poder hablar de la verdadera plaza del Mercado Grande, siendo en ese momento cuando la plaza ya forma parte de la ciudad que en el siglo XIII “alcanza su techo demográfico, ocupando un solar que permanecerá prácticamente invariable a lo largo de varias centurias”. Efectivamente, “parece lógico suponer que la expansión del tejido urbano va ligada a la construcción de nuevos templos en las zonas ocupadas”, así que será entonces cuando la plaza del Mercado Grande se consolide como centro funcional y urbano de la ciudad formando parte del eje que comunica con el Mercado Chico.
La plaza, aunque situada extramuros, pronto se convierte en el lugar más importante, junto al Mercado Chico, de la ciudad, y será la zona donde tradicionalmente residen los caballeros, los nobles y los clérigos y eclesiásticos. Ya en el siglo XVI, los licenciados, escribanos, comerciantes y mercaderes constituyen el grupo social que desarrolla su actividad entre el Mercado Grande y el Mercado Chico. También en esta zona, en el conjunto de calles situadas en los aledaños del Grande pertenecientes a las parroquias de San Pedro, Santo Tomé y San Vicente, tenían sus talleres los pintores, escultores, ensambladores y entalladores, quienes mantenían continuo trato con nobles y eclesiásticos.
La historia del Mercado Grande también es la historia de su comercio y de los monumentos que la circundan y configuran, como las Murallas y su desaparecido Alcázar, y San Pedro y la Magdalena, y aunque en esta ocasión no nos detenemos en su estudio, su presencia permanente se nota a lo largo de estas crónicas.
Jesús Mª Sanchidrán Gallego
(Foto: Plaza del Mercado Grande, Jean Laurent, 1864)