En una mezcla de leyenda e historia, cuentan las crónicas y recoge el padre Ariz, cómo en el año 1090 se produjo el ajusticiamiento de Sancho del Carpio, gobernador de Talavera, por traicionar la defensa y la lucha contra los moros, los cuales lograron por ello traspasar el río y saquear las tierras a la derecha del Tajo. Entonces fue detenido y juzgado en Ávila en la plaza del Mercado Grande, donde igualmente fue ajusticiado.
É fallaron en puridad con el señor Conde, e les fue mandado que ficiesen justicia, é que sentencian a Sancho del Carpio, conforme al fuero de Castilla, é non de otra guisa, é oteandolo tal, fallaron que le devia tallar la cabeza, e ser fecho tajadas: é asi lo pendolaron Martin Figueras, é Alfonso de Peñalva, juezes de fueros.
Al día siguiente, el Conde Don Ramón de Borgoña ordenó la ejecución de la sentencia, y Jimén Blázquez ordenó armar un tablado en el coso mayor del Mercado Grande, y sacaron a Sancho del Carpio con una cadena rodeando su cuerpo, y le montaron en un rozino, y le fue tallada la cabeza, e fizieron su cuerpo quatro piezas, e las agarraron en las quatro vias mayores, cercanas a la Ciudad.
Se alzaba en la plaza del Mercado Grande una picota que solía consistir en un poste de madera o columna de piedra que se utilizaba como poste de castigo y de horca de los condenados en causas criminales. La función penal de las picotas fue abolida mediante Real Cédula de Fernando VII al establecerse el garrote vil como único procedimiento para ejecutar las penas de muerte.
Una interesante referencia a la picota del Grande la encontramos en la cita que hace Quadrado del acta del 18 de diciembre de 1474 extendida con motivo de las exequias del Enrique IV y la proclamación de los Reyes Católicos: “e al Mercado Grande, e ahí cabe la picota el dicho alguacil quebró otro escudo faciendo el dicho llanto (¡ah! por buen rey e buen señor)”.
Como buena muestra de la función penal que cumplía la picota del Grande cabe reseñar el fallo dictado el martes día doce de febrero de 1493 por el Alcalde de la ciudad en un proceso y causa criminal:
“Que lo deuo condenar y condeno a pena de cient açotes, los quales le sean dados públicamente por las calles e plaças acostumbradas desta çibdad, las manos atadas e vna soga a la garganta ençima de vn asno, e se lo lleuen hasta la picota del mercado Grande e allí sea atado e clauado la mano derecha e la dicha picota con un clauo”.
El ajusticiamiento de don Diego de Bracamonte en 1592 no se produjo en la plaza del Mercado Grande, aún estando preso en el edificio de la Alhóndiga, porque la muerte en la picota se producía por ahorcamiento, y los nobles tenían el privilegio de morir degollados, a cuyo fin se instaló el cadalso en el Mercado Chico, donde se le cortó la cabeza.
La asistencia a los ajusticiados fue una de las competencias que tenía asumidas la cofradía de la Magdalena, con la que se fusionaron en 1511 la cofradía de Concepción y la de Las Ánimas. A través del estudio de estas cofradías realizado por Ana María Sabe conocemos que el día 26 de junio de 1713 se ajustició a un hombre en el Mercado Grande por el método de la horca a las 11 de la mañana, siendo asistido por la cofradía de la Veracruz y por la de las Ánimas, y enterrado en el cementerio de la Magdalena.
Siguiendo entonces a Ana Mª Sabe, cabe decir que otros ajusticiamientos producidos en el Mercado Grande se cobraron la vida de un tal Benito Montoya, el 20 de enero de 1664, y otras tantas en 1725. En 1751 el reo fue un soldado de infantería condenado por desertor, en 1753 es ejecutado otro saldado del Regimiento de Brabante, el 19 de febrero de 1772 se ejecuta al portugués José Domínguez “con la sentencia de arrastrado, ahorcado y cortada la mano derecha”, en 1773 se ejecuta a Juan Blázquez por contrabandista, en 1776 es ejecutado al soldado portugués José Martín del Regimiento de Navarra, y el 17 de febrero de 1792 se ajusticia a Luis García, vecino de San Bartolomé.
El sentimiento trágico de la muerte cobró un dramatismo especial durante los primeros días de la guerra civil de 1936 en los que hubo fusilamientos de presos políticos, siendo el más significativo el del escritor, periodista y gobernador de Ávila, Manuel Ciges Aparicio, cuñado de Azorín. En estos tiempos, la muerte en la plaza de los antiguos ajusticiados era como una tenebrosa aparición o una pesadilla para algunos, como lo fue para Claudio Sánchez Albornoz, con casa cerca del Mercado Grande en la calle Duque de Alba, diputado por Ávila y ministro republicano, de quien cuenta Javier Varela: “una obsesión le acompañó durante toda su vida: la de morir fusilado en la Plaza del Mercado de Ávila, a los sones de una banda de música”.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
(Foto: Plaza del Mercado Grande, anónimo, hacia 1925)