Productos y surtidos de librerías, papelería, farmacia, cafetería, pastelería, ultramarinos, mercería, bisutería y quincalla llenan los escaparates del Mercado Grande en los años cuarenta y cincuenta. En esta época la ciudad parece haber retrocedido en el tiempo, y es que las cicatrices de la guerra y el racionamiento han hecho mella en la ciudad. La novedad llegó de la mano de los electrodomésticos.
Una nueva reseña publicitaria aparece en la guía de Ávila que escribe José Mayoral 1916, donde en el escaparate de los soportales de la plaza del Mercado Grande se anuncian los productos y surtidos más selectos. Allí está el establecimiento de ultramarinos “La Perla”, de Augusto Rodríguez, especializado en comestibles finos, fiambres y cestitos para turistas y forasteros.
La importancia comercial de la plaza del Mercado Grande a lo largo de la historia ya se deduce de la organización espacial de la ciudad medieval, tal y como resulta de la información que aportan la Consignación de rentas ordenadas por el Cardenal Gil Torres a la Iglesia y el Obispado de Ávila de 1250, así como del Libro Becerro primordial de toda la Hacienda del Cabildo de 1303.
Concluida la remodelación del Mercado Grande iniciada en el último tercio del siglo XIX, y crecido ya el arbolado del pequeño jardín plantado en la plaza parecía oportuna la instalación de un templete de música que sirviera para los conciertos de las bandas municipal y militar, e incluso de las numerosas charangas.
Como un gran obelisco situado en mitad de la plaza se levanta en el Mercado Grande un monumento dedicado a Santa Teresa conocido popularmente como “La Palomilla”. Su emplazamiento siempre ha estado vinculado a la plaza de Ávila como un elemento que le es propio, aunque también ha sufrido traslados y desplazamientos en diversas épocas. El Grande y la Palomilla llevan unidos más de un siglo, y por ellos pasa toda la historia de la ciudad y de sus gentes.