Ávila ajardinada en blanco y negro. Crónica 31. Calles, plazas y otros espacios arbolados
No sólo los paseos y jardines públicos fueron los únicos exponentes de la naturaleza que verdeaba en la ciudad de Ávila, como lo demuestra el arbolado que históricamente ha ocupado calles y plazas, la ronda de la muralla y los atrios parroquiales, así como vegetación que se asomaba en los patios nobiliarios y palaciegos, los claustros catedralicios y monásticos, y las huertas conventuales.
Entre estos espacios, “no sé qué melancólico encanto por su soledad y por sus fachadas de piedra obscura, tienen para el viajero las plazuelas de Ávila”, cuenta José Mª Quadrado. Y es que, ciertamente, “en Ávila existen muchas plazuelas”, y “las plazuelas son el encanto de las viejas ciudades españolas”, dijo Azorín en su discurso académico. Y sobre ellas concluyó Unamuno: “¡Esas plazuelas apacibles y sosegadas que se abren dentro del recinto conventual de una eterna –no la vieja- ciudad castellana!”.
La naturaleza se mezcla también entre antiguos edificios y un callejero de traza medieval donde crecen árboles singulares que se mantienen durante siglos. Los primeros documentos gráficos que se conservan datan de la segunda mitad del siglo XIX y nos muestran la singularidad de este paisaje urbano que une en una misma perspectiva la monumentalidad de Ávila con el sombreado de los ramajes arbóreos que sobresalen en el terreno firme donde trasiega la población.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
(Foto: Patio de los Reyes del Monasterio de Santo Tomás. Foto Lucien Lévy, 1888)
Publicado en
Crónicas Abulenses IV