Sobre los tejados, en el centro, sobresale majestuosa la catedral y su claustro, y en la hipotenusa destaca el viejo convento de los Jerónimos que todavía conserva sus muros y estructura luego derrumbada en 1977.
Como pequeños oasis aparecen los jardines palaciegos, la plaza del Teniente Arévalo, la plaza de Calvo Sotelo sita en el solar del antiguo Alcázar, la plaza del Mercado Grande, y el patio del Colegio Diocesano construido sobre el solar del antiguo seminario de San Millán.
Al fondo, a la izquierda, como una extraña simbiosis entre campo, industria y religión, se asoman la novedosa fábrica de furgonetas “Fadisa”, el silo de cereales y el seminario diocesano, en medio está la línea férrea Madrid-Irún a través de la cual pareció llegar el progreso a Ávila en 1864.
A través del parque de San Antonio la ciudad se integra en el duro paisaje que rodea la ciudad surcado por las viejas carreteras de Madrid-Vigo y de Madrid por El Espinar atravesando las Hervencias y el cerro Hervero, mientras que en el horizonte destacan los ricos encinares de la dehesa de Zurra.
(Jesús Mª Sanchidrián Gallego)