Y es que contemplar la ciudad desde este paraje es redescubrir su imagen más característica, es incorporar a la memoria de la ciudad el paisaje que configuran el río Adaja con su arboleda ribereña, la ermita de San Segundo con su arboleda delantera, los puentes sobre el río, la desaparecida fábrica de harinas, el palomar y el caserío que forman los arrabales, la diadema de piedra que son las murallas que encierran la ciudad medieval marcada por esbeltos cubos que señalan la entrada, el molino de La Losa que define el centro de las panorámicas, el cordel de Las Moruchas que delimita y quiere separar lo rústico y de lo urbano, la vieja carretera de Salamanca que se ajusta a la ordenanzas dieciochescas con plantaciones en sus bordes, los paseos de la ronda norte y del Rastro sombreados con negrillos que siguen la línea de los caminos que hizo el intendente Ramírez un siglo antes.
Y sobresaliendo en el recinto amurallado la iglesia de Monsén Rubí, la catedral que guarda un vergel en su claustro, la iglesia de San Juan, el Torreón de los Guzmanes, la iglesia de La Santa, la iglesia de Santo Domingo, el antiguo convento de Santa Escolástica, el Palacio de Justicia y la espadaña del Carmen. A la izquierda de las imágenes, el convento de la Encarnación con una trabajada huerta carmelitana, las ermitas extramuros de Santa María de la Cabeza y San Martín marcadas por frondosos árboles de alameda, y la basílica de San Vicente.
Jesús Mª Sanchidrián Gallego
(Foto: Tipos populares en el barrio del Arrabal del Puente. Isidro Benito, hacia 1898)