
Aunque son pocos los testimonios que nos han llegado sobre la evolución paisajística de la ciudad desde su construcción en la edad media, nos consta que se hicieron casas con vergel y que en los palacios renacentistas se cultivan huertos y cuidan pequeños jardines, lo mismo que ya se venía haciendo en los conventos y monasterios, de todo lo cual dan fiel testimonio las fotografías que hicieron Casiano Alguacil hacia 1876 y Pelayo Mas Castañeda en 1928.
El punto de vista que tomamos ahora en esta aproximación ambiental sobre Ávila proviene, principalmente, de su historia gráfica, y de la visualización que sobre su devenir y evolución nos ha llegado. Por ello, y porque nos resulta fácil comprobarlo, sabemos que la ciudad se levanta como un castillo colgado en la cabecera del Valle Amblés, “como si estuviese colocada a horcajadas de alguna gigantesca cabalgadura”, escribió Miguel Delibes.
Los primeros retratos de la ciudad de Ávila fueron tomados por el inglés Charles Clifford en 1853, repitiéndolos años después en 1860 en una panorámica desde los Cuatro Postes, aquí aparece la ciudad medieval en todo su esplendor, aunque el verdor se oculta ante la dureza de un caserío ennegrecido por la piedra milenaria.
Ávila tiene en su muralla el libro de su historia centenaria. La misma que se visualiza en un reencuentro vivo a través de las fotografías del libro La muralla de Ávila telón de fondo (2006), obra en la que recogemos la actualidad de la muralla. La muralla se muestras entonces como telón de fondo o forillo de la representación de la ciudad en una escenografía fotográfica que expone en un catálogo visual de casi doscientas fotografías su carácter legendario, festivo, lúdico, circense, religioso, social, folclórico, pictórico, deportivo, musical, poético, agrícola y ganadero.
Ávila, a vuela pluma es el título de la selección de fotografías aéreas de Ávila tomadas en 1958 reproducidas en las primeras crónicas que aquí recogimos. En todas ellas, la muralla configura la silueta de la ciudad y se convierte en el referente histórico de su evolución y testigo inmutable de su devenir, y así lo atestiguan las siguientes líneas que escribimos entonces:
La fotografía, como fuente histórica y del conocimiento que tenemos de la muralla, ha sido de gran utilidad para los distintos arquitectos que han intervenido en su conservación y restauración. Tanto que estos cualificados artífices se sirvieron también de los retratos que ellos mismos hicieron para documentar las distintas transformaciones producidas en la muralla. Estas imágenes constituyen entonces un fondo singular que bien merece el reconocimiento a sus autores.
La representación gráfica de la ciudad encuentra en las guías turísticas un extraordinario escenario gracias a la fotografía de autor, y buenos ejemplos los encontramos en la Revista Geográfica Española (1951), en la guía de Ávila de 1957 que publicó Camilo José Cela con fotografías de Eugen Haas, en las fotos de Nicolás Muller cuyas imágenes abulenses junto a las de Loygorri se, ncluyeron en Rutas de España (1963), en la guía de 1965 de Luís Belmonte con fotografías del abulense Antonio de la Cruz Vaquero.
Ávila se convierte en un escenario privilegiado para la literatura de la mano del ganador del premio Nadal de novela de 1947, Miguel Delibes, con La sombra del ciprés es alargada, donde se incluye la emotiva visión Ávila: “La ciudad amurallada, quieta en aquella tarde de noviembre, ofrecía desde allí un aspecto misterioso. Caía por sus extremos como si estuviese colocada a horcajadas de alguna gigantesca cabalgadura. La catedral y otros edificios altos se empinaban, destacando sobre las casas vecinas… La ciudad ebria de luna, era un bello producto de contrastes. Brotaba de la tierra dibujada en claroscuros ofensivos. Era un espectáculo fosforescente y pálido, con algo de endeble, de exinanido y de nostálgico.
Con la institucionalización de los Patronatos de Turismo en España en 1930 se empezó a promocionar la ciudad y su muralla a través de publicaciones y folletos, donde la literatura dejaba paso al lenguaje visual. A esta idea contribuyeron enormemente las fotografías de Ávila que hicieron Antonio Prast, el Marqués de Santa María del Villar, Otto Wunderlich, José Mayoral Encinar, Pelayo Mas, Loty, Josep María Lladó, Mariano Moreno, Rodríguez, Marín, A. Verdugo, Joaquín del Palacio “Kindel”, José Mª Velayos y Santos Delgado, así como los libros de fotografías de Ignacio Herrero de Collantes (Marqués de Aledo) y de Emmanuel Sougez, y las guías de Ávila de Santiago Alcolea (1952) con fotografías del archivo Mas, de Camilo José Cela con fotos de Eugen Haas (1957), y de Luís Belmonte con fotografías de Antonio de la Cruz Vaquero (1965), entre otras.